Mañana
estarás aquí. ¡Qué bien! Siempre me hace ilusión cuando llegas. Siento ese
cosquilleo nervioso en el vientre, esa ansiedad inocente que predice que algo
muy deseado se aproxima.
Miro
el reloj. Avanza lentamente. Tic. Despacio. Muy despacio. El sonido seco de la
manecilla hace eco en la habitación. Oigo a lo lejos, a ratos, el zumbido de la
nevera en la cocina. Tac. El resto es silencio. Estoy inquieto y ando de un
lado para otro. Tic. No hay nadie más aquí. La respiración me agita el pecho.
Tengo sueño, no puedo dormir. Tac. Durante un par de segundos se me vence la
cabeza. Me asusto. Parece que caigo al vacío. Pero vuelvo consciente y sigo
esperando. Te siento cerca. Tic. La espera es eterna. Tac.
Han
pasado cuatro años desde la última vez. La recuerdo muy bien. Fue un miércoles.
Disfrute de ti todo el día. Saboreé cada instante, cada cosa que hice. No
olvidaré esa sensación. Me colma de gozo, porque sé que es un día muy especial.
Aprovecho cada instante. Pero sé que será breve. Un placer efímero. Como todos.
Va
a ser la octava vez. Lunes. Sábado. Jueves. Martes. Domingo. Viernes.
Miércoles. Y otra vez lunes. Esta vez será lunes, 29 de febrero.
29
de febrero. ¡Qué ganas! ¡Qué día tan maravilloso!
¡Qué
pena! Hasta dentro de cuatro años no volverás. Será sábado. Te espero.
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