Calculo que llevaré aproximadamente hora y media de camino. Avanza, guiándome entre barrios cada vez más pequeños, esquivando con habilidad las últimas casas, huyendo de carreteras. La pista dejó de ser de piedra y se ha convertido en sendero de barro.
Se adentra por el bosque. Y ya no hay
cobertura, ni consuelo tecnológico alguno. Tampoco lo tuve en la ciudad que me
desterró. Debería sentirme relajado, pero no es así.
Recuerdo el salir de mi casa.
Preferí
continuar intentando valerme por mí mismo y caminar hasta el viejo
caserío familiar.
Llevaré dos horas de camino. Por suerte hace
tiempo que “hora” dejó de tener significado. Y quiebro tras quiebro del camino se
desdibuja el significado de “sábado”. También de “lunes”. Incluso de “paro”. Sólo
el camino parece permanecer hasta llegar
a una fuente natural. El viento sopla entre los árboles y me relaja, un
poco. Espero que al menos el agua
gratuita sea potable.
La cantimplora se va llenando con un tono cada
vez más agudo.
A mi espalda, Bilbao despierta…
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