La mesa de los Tres Reyes




























·     Ama, puedes venir un poco, es que no me puedo dormir…!
·     Iker, duérmete que mañana tenemos que madrugar...!
·   Ama, es que no sé qué me pasa, estoy nervioso pensando en mañana. Dice aita que vamos a subir un monte que es digno de ver, pero que es muy difícil y hay que andar con mucho cuidado. Y si yo no puedo seguirle o me resbalo, que pasa?.
·     Tranquilo , verás como puedes, además, por eso aita no se va a enfadar y estará todo el rato contigo, así que no te preocupes. Duérmete y descansa, por que mañana tienes que estar como un campeón y en plena forma. Ya verás qué bien os lo vais a pasar!!!!. Tu hermana y yo os estaremos esperando abajo, en el pueblo, hasta que volváis.

Y según lo previsto, a las 6 de la mañana, todavía sin amanecer, padre e hijo inician su aventura. Es el primer monte que van a intentar culminar juntos.
El padre con la ilusión de ver a su hijo Iker caminando a su lado, como él de pequeño, iniciaba su andadura montañera en compañía de su aita, y su hijo Iker, con la alegría por ser la primera vez en subir un monte tan importante y con la incertidumbre de saber si podrán terminar el recorrido.

Eso decidirá si compartirán esta afición en el futuro.

Con las primeras luces del alba, llegan al refugio de Linza, punto de partida por excelencia.
Aita me dice que tenemos que andar con cuidado, porque es la primera vez que sube a este monte y además, el terreno está mojado y resbaladizo. Por ello, decide unirse a un grupo de montañeros, con los que coincidimos en el refugio, de los muchos que estaban preparando la subida y que tenían pinta de ser más expertos en este monte que nosotros.

Por fin, después de ajustar bien las mochilas, comenzamos a andar; qué bien, ya tenía ganas, se me estaba haciendo larga la espera.
Todos iban hablando y comentando lo difícil que será esta o aquella , o si lo haremos en tanto o en cuanto tiempo, y mi aita muy animado, explicaba a nuestros nuevos amigos, como habíamos decidido hacer esta excursión, como habíamos venido los cuatro, mi ama y mi hermana no querían saber nada de subir al monte y se habían quedado en el hotel y les contaba lo preocupado que yo estaba por si no podía terminar. Todos se rieron y me dijeron que no me preocupara, que seguro que lo hacía mejor que ellos y me daban ánimos pasándome la mano por la cabeza. Si llegan a saber, que de lo a gusto que estaba subiendo, me daban ganas de correr y dejarles a todos atrás para llegar el primero…. Pero no me atreví a decirlo para que no pensaran que quería dar la nota o parecer un “chulito”

Yo iba de los primeros, me encantaba ver como los adultos empezaban a estar cansados, jaaa, jaaa, bueno, la verdad es, que no lo sé, pero todos resoplaban con fuerza tratando de no perder el paso.
Aita me pregunto en varias ocasiones, si me encontraba bien y yo le decía con un poco de rabia, “estoy bien, no estoy cansado” porque no me gustaba que me lo preguntara delante de todos.
Tras varias horas andando, subiendo y más subiendo y con más de un patinazo y algo cansados, después de parecer en varias ocasiones que llegábamos a la cima, por fin, apareció el pico frente a nosotros, el más alto de la montaña, donde había un bonito buzón con forma de castillo y una figura que según nos dijeron, representa a San Francisco Javier junto con un escudo de Navarra.

Habíamos llegado a la cima de la Mesa de los Tres Reyes, con una altura de 2448 mts., según ponía en el buzón. Jaaa, jaaa, me dice uno de los amigos de mi aita, que sirve para que la gente que sube a ese pico, deje su tarjeta de visita, jaaa jaaa, no sé si creérmelo, pero bueno…..

A pesar del cansancio, estoy orgulloso de haber subido hasta aquí, las vistas eran espectaculares, pues como me iban explicando, desde allí arriba se podía ver, Navarra, Aragón y Francia.
Vimos los rayos del sol, aparecer como agujas de colores por entre las nubes y alumbrar las colinas de los montes cercanos, varios con más de 2000 mts. y alguno con más de 3000 mts. Me enseñaban sus nombres y me explicaban las características y dificultades de cada uno de ellos. Casi me daban ganas de decirles a todos que nos pusiéramos en marcha para subirlos ya que estábamos allí.
Pasamos por senderos que habían hecho los animales salvajes de la zona y me decían, a que animal pertenecía cada una de las huellas que veíamos y conocían los distintos tipos de plantas y flores que crecían en esa época del año.
Todo era nuevo para mí y mientras iba comiendo el bocata riquísimo que llevábamos, me deleitaba disfrutando del momento y de la suerte que había tenido por ser capaz de llegar hasta allí como uno más del grupo de montañeros.

Había hecho cumbre en la Mesa de los Tres Reyes y me sentía orgulloso de ello. Este monte y estos recuerdos quedaran marcados para siempre en mi retina.
Pero aún no hemos terminado, como dicen los expertos, un monte no se termina cuando se culmina sino cuando se llega abajo.







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